El gran ausente
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Nuestro escenario político electoral está poblado de infinidad de seres y entelequias fantasmagóricos.
Ocupando gran parte del espectro encontramos al Presidente de la República. Su presencia, cada vez más deslustrada, fue estratégica para el muy "apenitas" y posible triunfo de su partido, y explica el clima de descomposición y enfrentamiento que vive la Nación. Por un lado, intervino impúdica e inequitativamente en el proceso electoral, enrareció el clima político, crispó los ánimos y denigró hasta el ridículo la institución presidencial.
Desde el Gobierno instrumentó una estrategia para demoler a la principal fuerza política del País, la que contaba con 17 gobernadores y mayoría relativa en el Congreso de la Unión y de gran parte de los Congresos Locales. Fue incapaz de construir los más elementales acuerdos, culpando de ello al PRI, pero no cejó en su afán de borrarlo de la faz terráquea: el pemexgate, la fiscalía para delitos del pasado, la provocación e inculpamiento permanentes, la satanización del pasado, la capitalización personal a costa de la descalificación de los gobernadores en casos de desastres naturales, el manejo discrecional de los excedentes petroleros, la Profesora, el montielazo, el Gober Precioso, Oaxaca, la escalada contra sindicatos, etc. La lista sigue ad nauseam.
En el otro extremo el desafuero utilizado como arma política que, a diferencia de las enderezadas contra el PRI, no funcionó y procreó el efecto contrario, engrandecer desproporcionadamente una candidatura mediocre.
En su propia cancha la presencia del Presidente acusa también daños considerables: permite e impulsa los delirios presidenciales de su consorte, desplaza al panismo tradicional y racional, impone a la extrema derecha más montaraz, ignorante y mediocre; es derrotado, sin embargo, por un candidato al que cesó como Secretario y frente al que ahora, como candidato hasta hoy triunfante aunque subjudice, parece regodearse de sus aprietos y medrar de su debilidad.
Y al margen de su presencia disruptora en los ámbitos políticos, en los otros espacios de la vida nacional su figura es la de un Presidente fugado de la realidad, impotente, indolente, inútil y dócil a los factores reales de poder.
México hoy vive una profunda crisis y carece de un Presidente con autoridad moral para abrir espacios de distensión y entendimiento, y llamar a los actores políticos a la serenidad y civilidad.
Fox se metió, y mal, donde y cuando no debía, y ahora, que es necesaria la presencia y acción del Jefe de Estado se haya incapacitado para hacer cualquier cosa que no sea el ridículo, para desgracia de la Nación.
Otra presencia es la del PRI, mitad partido, mitad mito; en parte sólida base social, estructuras de gobierno y de poder, experiencia gubernamental, sentido de responsabilidad política y geopolítica, y visión de futuro; pero en parte simulación, dirigencia secuestrada, autismo, mezquindad, negación de la realidad, cerrazón, soberbia. Pero sobre todo, desfiguración ideológica. Hoy nadie puede decir a ciencia cierta dónde está ideológicamente el PRI, qué piensa, qué propone, cuál es su proyecto. Osiris Cantú, quizás el más acertado, dice que se encuentra en la Dimensión Desconocida.
Otras presencias surcan nuestro espectro político, algunas reales, como El Peje, otras diabólicas, como Porfirio, algunas míticas, como el innombrable, algunas más delirantes como los sacerdotes mediáticos que brillan por su ignorancia, falta de rigor, ausencia de profesionalismo y desconocimiento de la ética. Camachos, Dantes, Cotas, Padiernas, Nuñez, Ahumadas, Batres, Poniatwskas, Jesusas, Monrreales y Arreolas. Figuras alucinantes, propias de un viaje de LSD, kafkianas y contrahechas, cual película de Buñuel.
Está también la ausencia hecha presencia de lo que algún día, en un mal chiste, se dijo gabinetazo.
Y finalmente la presencia desfigurada de un PAN, posiblemente triunfador, y de un candidato empequeñecido, aterrado, abandonado a su suerte y rodeado de enanos malhumorados y soberbios.
Hay muchas otras presencias, lo sé: payasos metidos a intelectuales e intelectuales haciéndose los payasos, empresarios aterrados en estampida cual viejas gordas fuera de sí ante el descubrimiento de una caca de ratón, sacerdotes militantes, entelequias de liderazgos y liderazgos de grima.
Ante estas presencias inútiles y fantasmagóricas es lógico que surjan a la palestra seres del averno como los Bejaranos y las Padiernas, los Fernández Noroña y los Mochs. Cómo no, si la ausencia de política y responsabilidad les tiene la mesa puesta. Mucho de lo que observamos hoy día no es más que la lucha intestina por el liderazgo del PRD ante el inminente Götterdämmerung de su Wotan.
Sin embargo, en todo esto hay un gran ausente. En este aquelarre el gran ausente es el pueblo de México. A lo largo del más extenso proceso electoral en su historia, el más aguerrido, el más costoso, el más observado, cubierto y analizado, el pueblo de México está ausente.
Jamás, en todos estos años de lucha electoral, el pueblo estuvo presente. Ésta fue una lucha de partidos, de publicidad, de gobiernos, de candidatos, de lemas, de absurdos, de dinero, de miedos, de demencias, pero jamás de propuestas de solución a la problemática del pueblo, a sus necesidades, a sus sufrimientos, esperanzas, demandas. Jamás fue tema, de atención, análisis o discusión, la realidad o simple existencia del pueblo.
"Yo soy mejor, tú eres un peligro, yo soy una reformista, tú un antidemocrático, el mañana será mejor que el pasado, tú eres corrupto, yo tengo las manos limpias, tu cuñado no, los hijos de Marta, los impuestos de Madrazo, la fortuna de Montiel, los maestros, La Maestra, los videoescándalos, las filtraciones, el fraude algorítmico, la mano del muerto; pero jamás el pueblo y sus pesares.
Fox se dedicó a destruir al PRI y a hacer crecer a El Peje; el PAN a aferrase al poder y a enriquecer a sus próceres; el PRD a postrarse y apostarle al nuevo Mesías; el PRI a desgarrarse y engañarse; los medios al rating y al negocio; la intelectualidad al devaneo; las instituciones a desmantelarse; los diputados y senadores a buscar acomodo; el País a festejar el cambio; los empresarios a esquilmar a su empleado (Fox); Marta a delirar ante al espejo de su guardarropa; sus enemigos a perseguirla. Nadie se ocupó del pueblo.
Seis años perdidos. Seis años de irresponsabilidad política de todos los actores nacionales.
Se me dirá que El Peje sí atendió al pueblo y que por ello éste está con él. Pero es tan falso como su discurso, su persona y haber político. A El Peje lo único que lo mueve es El Peje mismo, su ambición y mesianismo. No hay en todos sus planteamientos uno sólo que pueda considerarse realmente una política pública coherente, sostenible y viable en favor del pueblo. Hay ofertas de julio regalado, deshilvanadas, populistas, inviables, propagandísticas, más no efectivas. Propias de un merolico, no de un estadista.
Sus grandes marchas y plantones son ejemplo de ello. ¿Cuáles han sido sus demandas y planteamientos? No al desafuero, primero, y que El Peje sea presidente por mandato soberano de una asamblea zocalera, segundo. Pero ni un solo planteamiento social, económico, político, cultural que implique al pueblo y atienda su circunstancia, porque para él, los partidos, el gobierno y los medios, el pueblo es un espectador, un acarreado, un beneficiario de programas y dádivas, una escenografía, un consumidor de escándalos, pleitos, mentiras, publicidad; un elector a capturar, comprar, corromper, asustar, manipular, engañar, confundir, mentir; carne de cañón, un marchante más, pero no un ciudadano a consultar y obedecer. Un acampante de plantón, no un mandante soberano.
Todos se llenan el buche de democracia, pero en su concepto de democracia el gran ausente es el pueblo… hasta que éste se les haga presente.
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