LO DE HOY

Reséndiz: el silencio es el mensaje

Reséndiz: el silencio es el mensaje

Foto Copyright: El Universal

Más allá de la nota sobre las amenazas a Francisco Reséndiz, de El Universal, destaca la polarización hoy en México del periodismo defendible y bueno, del criticado y desechable. Paradojas y peligros de las alianzas que los caminos juntan.

En México hay actividades de alto riesgo: personal médico que atiende a enfermos de COVID-19, presidentes municipales en regiones gobernadas por el crimen organizado, padres de niños con cáncer, feminismo y periodismo.


Francisco Reséndiz sabe de ello. Lo ha informado constantemente.

En lo que va de este sexenio son 48 los periodistas asesinados por el ejercicio de su profesión y de ello se ha informado puntualmente en El Universal.

Pero ayer Reséndiz no informó de otros periodistas, sino de él.

Transitaba al sur de la ciudad por Avenida San Fernando en Tlalpan, cuando un auto compacto se le cerró y su conductor le insultaba. Hasta ahí nada ajeno a los ánimos en tensión propios del tránsito en la Ciudad de Claudia.

Pero cuadras adelante dos autos le cortan el paso y de ellos se apean dos sujetos y lo amenazan por su labor de editor en el periódico El Universal:

"Ya se pasaron. Te voy a romper la madre, te voy a buscar hasta encontrarte y te voy a matar, te voy a meter de balazos, ya se pasaron, así que bájale con lo que publicas”, dijo uno.

Durante décadas la información en México tenía por gran enemigo al gobierno, ya sea por vía de PIPSA, el otrara monopolio Estatal del papel periódico, las atentas llamadas desde Gobernación a los directores de medios para matizar o desaparecer noticias del espectro mediático, o, como en el caso de Manuel Buendía, baleado en la vía pública a trasmano por la Federal de Seguridad, dependiente, recordemos, de Gobernación.

Pero en general, sólo el Estado y su agenda era un peligro para la libertad de prensa en México y, la mayoría de las veces las relaciones entre poder e información hallaron formas más sutiles y jugosas de entenderse.

El crimen organizado y en parte la presencia de movimientos sociales ecologistas y defensores de derechos humanos cambiaron la ecuación.

De un tiempo para acá la profesión de periodista es una de vida o muerte.

En tratándose del crimen organizado y su poder, las amenazas y episodios de violencia han dejado de estar cubiertas por el manto del anonimato y la oscuridad. Perpetúan amenazas y crímenes a la luz del día y gritándolo a los cuatro vientos. Los asesinatos de periodistas son cada vez más sanguinarios, temerarios y cobardes.

Poco ayuda el fuego de forja que mañana tras mañana atiza los ánimos nacionales y administra los niveles de bilis y rencor en la conversación pública.

La hoguera de pasiones en que se han convertido lo que era el Salón Tesoreria inyecta cotidianamente a la conversación pública una dosis considerable de polarización y rencores.

Desde el poder se señalan enemigos públicos en una nueva versión de aquellos cartelones de “Se Busca” del viejo oeste norteamericano. En no pocas veces son medios de comunicación y comunicadores.

Desde Palacio Nacional se pinta diariamente la línea que separa en México a los buenos de los malos, los adeptos de los adversarios, los leales de los enemigos.

Ello de nada ayuda a una lectura objetiva y ponderada del acontecer, y, por ende, a una reacción tolerante y deliberativa para con aquellas informaciones y/o opiniones que no sean del agrado de uno u otro extremo del dicotómico en que hemos roto la fraternidad nacional.

Reséndiz, marcado por su profesionalismo y amistad, fue inmediatamente acuerpado por compañeros de profesión y personajes de la política nacional. Pero se echan de menos aquellos encendidos y nutridos manifiestos desde la sociedad civil que monopolizaban por semanas y meses la agenda pública. Hoy, que muchos de los entonces perseguidos guardan silencio cual momias con relación a lo de Francisco y tantos como él, tenemos elementos suficientes para presumir que aquellos tsunamis se auspiciaban, movilizaban y, posiblemente, financiaban, con un ulterior propósito, más allá de defender a una periodista a quien se le rescindió su millonario contrato por incumplimiento de obligaciones.

Hoy se puede amenazar de día, en la vía pública, sin embozo y a grito pelado a un periodista que parece un elemento más de la transformación en curso y el paisaje citadino.
Los otrora solidarios firmantes brillan por su ausencia.

La violencia y polarización ha dividido el periodismo en defendible y desechable.

Nuestra solidaridad a Francisco y a todo el gremio.


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Redacción LFM Opinión

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