Me llamo igual...
Soy el hijo del mejor presidente de México, por eso me llamo Andrés Manuel López Beltrán.
Y a pesar de ser el heredero de ese legado, mis compañeros de partido, de gobierno y de negocios me llaman "Andy".
Para mostrar su afecto y su respeto hacia mi persona.
Pero, ahora que soy el príncipe heredero de la corona de la cuarta transformación no me ayuda en mis pretensiones de Poder.
Ya que el nombre de Andy no le dice nada al pueblo sabio, ya que sigue identificando el apelativo Andrés Manuel López y su mote: el peje.
A diferencia de Andy que no les dice nada a los obradoristas o pejistas.
En esa perspectiva, el heredero del bienestar, le urge, que le llamen Andrés Manuel López Beltrán, para posicionar su imagen de príncipe de chocolate en la percepción del pueblo sabio.
En esa lógica de ingenuidad apuesta a que el solo nombre le dé la marca de imagen que requiere para que, además del pueblo sabio, también los súbditos morenistas lo vean como el político que México necesita para continuar con el legado de su padre.
Lograr esa inventiva, hoy, hoy, implica, que su papá lo presente ante la sociedad mexicana como el heredero del reino de chocolate.
Como en su momento lo hizo el Rey León, Mufasa, con su hijo Simba, para conocimiento de los animales de la sabana africana.
Circunstancia difícil de atender por el peje, ya que él está más ocupado y preocupado por salvar no solamente su nombre, sino su pellejo ante la justicia.
En ese escenario Andy no tiene otro camino que seguirse llamando Andy aunque no quiera.
Labrar su propio camino requiere de inteligencia y de humildad, valores que no ha mostrado, porque lo que no natura da, Salamanca no presta.
Realidad que le exige seguir siendo el hijo de papi, sin el mote de pejecito.
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