POLÍTICA

Populismo

Populismo

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La desilusión de la democracia.

Publicado en El Ideario



El populismo se ha insertado en nuestro lenguaje, en nuestro imaginario colectivo y en las noticias cotidianas. En el caso de México, que ha vivido ya algunos episodios más o menos populistas -Luis Echeverría-, hoy como nunca es importante entender qué significa el populismo, cómo se origina y sobre todo, cuáles son sus consecuencias.

El populismo no es nunca una causa, es una consecuencia con raíces fincadas sobre todo en la desilusión de la democracia. Cuando la ausencia de alternativas sociales, políticas y económicas desaparecen, allí se instala el populismo.

No es verdad que el populismo sea sólo exitoso en países pobres o poco educados, inclusive en sociedades históricamente desarrolladas, donde la desesperación superó fatalmente a la democracia, el populismo causó la mayor tragedia social y humana de la que se tenga memoria.

Durante el siglo XX y como consecuencia de un desgaste absoluto de las instituciones democráticas en Europa (Italia, Alemania y España), el populismo tomó allí el nombre de fascismo, y a punta de caudillaje, mito y utopía, llevó a la muerte a millones de seres humanos y a la ruina absoluta de muchas naciones.

El populismo no es una ideología, es pragmatismo puro, carece de un perfil intelectual, lo desprecia inclusive. Se centra en el caudillo, en el iluminado y en el dictador, de tal suerte que la democracia y sus instituciones son suplantadas por la propaganda y la construcción de una narrativa que tiene como ingrediente principal la confrontación.

Esto supone poder identificar a un gran enemigo que amenaza al pueblo, ese enemigo siempre es un grupo -religioso, político, económico- que trabaja en contra de los intereses populares. A este enemigo no hay que combatirlo, como se haría en democracia, en el populismo no hay adversarios, hay enemigos y a éstos se les extermina. Se les aniquila.

El populismo tiene la habilidad para confundir su espectro político, ¿es de derecha?, ¿es de izquierda? nunca se define. Al populista lo que le importa son las "causas de la gente", jamás el bienestar de las personas, y eso marca una enorme diferencia. Es la supremacía de las masas sobre las personas.

Para esto el líder populista se tiñe de un cierto carácter casi religioso y espiritual que puede vengar, perdonar y redimir. El líder tiene ese poder y así se convierte en un ser justiciero, que se olvida de la justicia, al final se transforma en el dueño unipersonal de las instituciones políticas; suprime a los medios y controla a la economía.

Su fuerza se basa en ofrecernos promesas -que son imposibles-, y llevarnos a esa "nueva y maravillosa" realidad en la que prometen instalarnos de inmediato, pero nunca nos dicen cómo lo lograrán. Y así el caudillo necesita tiempo, mucho tiempo, todo el tiempo, que le asegure el nunca tener que cumplir nada y disfrutar del poder absoluto años y más años.

En México tenemos por allí un personaje que ya tiene tiempo cocinando este tema, lo conoce, lo entiende… lo anhela. Ha creado su propio monstruo, la Mafia del Poder, culpable de todo, principal enemigo de México.

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Redacción LFM Opinión

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