POLÍTICA

Sintonía o ignominia

Sintonía o ignominia

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Nuestros partidos y políticos deben empezar por revalorar la función legislativa. En tanto sigan viendo al Congreso como agencia de colocaciones, seguirán desdorando su alta función

Imposible que los cambios atestiguados en este gobierno se hubiesen procesado en el Congreso.

Hay quien reclama desfasamiento, sino que substitución del legislativo. En estricto derecho no hay tal; lo que se ha construido en las mesas del Pacto por México son rutas de navegación e iniciativas de ley; pero políticamente sí hay relevo y marginación del legislativo, sin que ello sea gratuito e injustificado.

Mucho anda mal, en nuestro ámbito legislativo.

En la parálisis endémica de nuestros cambios estructurales incidió la indolencia, inexperiencia, molicie y compromisos de los gobiernos panistas; pero también el talante rijoso, vocinglero, coyuntural, vividor y electorero de nuestros diputados y senadores.

La democratización no devino en fortalecimiento de nuestro Poder Legislativo. Sus Cámaras se convirtieron en madrigueras de noroñas y padiernas, por un lado; en cuota política, por el otro, en enquistamiento cancerígeno e obsceno de dirigencias Michelsianas, por donde se vea.

Nada puede ser más político que el quehacer parlamentario, pero cuando la política se reduce a torpedear el poder en cálculo electorero, en reflejo pávloviano de asambleísmos universitarios, en una especie de asilo o beca para políticos impresentables, en mercado de favores y complicidades, o en "trampolín de propaganda" (Chardenagor), no pasa de ser grilla y entropía.

Nuestros partidos y políticos deben empezar por revalorar la función legislativa. En tanto sigan viendo al Congreso como agencia de colocaciones, seguirán desdorando su alta función.

Para Rousseau "sería menester de dioses para dar leyes a los hombres, (porque legislar) es una función particular y superior que nada tiene de común con el imperio humano, porque si el que ordena y manda a los hombres no puede ejercer dominio sobre las leyes, el que lo tiene sobre éstas no debe tenerlo sobre aquellos. De otro modo esas leyes, hijas de sus pasiones, no servirían a menudo sino para perpetuar sus injusticias."

Aún no alcanzo a entender qué hacía una comisión de diputados inspeccionando ¡por la noche y a diez días de distancia! la explosión en PEMEX. ¿Acaso son expertos en explosiones? ¿Es tal su función?

Nuestros legisladores, en vez de andar perdiendo el tiempo, debieran rescatar la razón de su existir: "La ley, dice Cicerón, es la razón suprema inherente a la naturaleza, en cuanto ordena lo que hay que hacer y prohíbe lo contrario".

Por ello la hechura de la ley no puede ser rehén del cálculo electorero y la mezquindad partidista. Hacer leyes no es tarea común: "Para descubrir las mejores reglas sociales que convienen a las naciones, sería preciso una inteligencia superior capaz de penetrar todas las pasiones humanas sin experimentar ninguna; que conociese a fondo la naturaleza sin tener relación alguna con ella; cuya felicidad fuese independiente de nosotros y que por tanto desease ocuparse de la nuestra; en fin, que en el transcurso de los tiempos, reservándose una gloria lejana, pudiera trabajar en un siglo para gozar en otro" (Rousseau).

Porque la ley, según San Isidro, "debe ser honesta, justa, posible, en conformidad con la naturaleza, en armonía con las costumbres del país, conveniente por razón del lugar y del tiempo, necesaria, útil, clara, no sea que en su oscuridad oculte algún engaño; establecida no para fomento de intereses privados; sino para utilidad común de todos los ciudadanos".

"Las leyes, continua el santo, han sido hechas para freno de la audacia humana; para tutelar la inocencia de aquellos que tienen que convivir con los malos; para coartar por medio del temor al castigo, el poder damnificador de los perversos."

Por ello no cualquiera puede ser legislador… aunque cobre como tal.

¿Cuántos de nuestros diputados y senadores están conscientes de lo alto y delicado de su responsabilidad; cuántos están a la altura de ella?

El reto que les impone el Pacto por México es alcanzar la sintonía con las nuevas circunstancias nacionales, o terminar de hundirse en la ignominia.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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