Hastío, ceguera y soberbia
En contraste del entusiasmo partidista (excepción hecha del PAN, cuya pantomima de proceso interno no mueve ni a Calderón), México presenta un talante más sombrío y ominoso.
Los procesos internos no dicen nada a nadie fuera del núcleo duro de los partidos.
Las candidaturas están tan vistas y desgastadas que aburren.
La política es la actividad más desprestigiada que existe en México y el político es el ser más despreciable, menos creíble y con mayor reprobación entre la población abierta.
La otrora fiebre democrática devino en desdoro de instituciones, actores y procesos electorales.
El IFE no sólo se achicó, sino que levanta más dudas que certezas.
El Tribunal se debate en sus contradicciones e inconsistencias.
Los partidos están cada vez más aislados de la población y gozan del mayor de los descréditos; viven inmersos en el autismo de sus procesos y conflictos internos. Sólo tienen ojos para pelear en su seno las expectativas del poder que ansían.
Pronto, ni todos los partidos juntos podrán ganar al triunfador histórico de nuestras elecciones: el abstencionismo.
Cada partido en su laberinto sostiene que hace lo correcto, que tiene el mejor proyecto y que México está ávido de entregarse a sus pies.
La verdad es muy otra. La política es en lo último que piensa el mexicano, y, cuando lo hace, prevalece en su apreciación una carga negativa y reprobable.
El PRI vive obnubilado con lo que asume como profecía de su regreso y gasta sus esfuerzos en justificar alianzas suicidas, personajes vergonzosos y conductas injustificables.
Morena y los partidos que en ese movimiento se desdibujan, viven extraviados entre sus conflictos tribales y los augurios, hoy amorosos, de su Mesías.
El PAN se achica en la pantomima de su democracia interna. La pobreza extrema de sus precandidatos, la debacle de sus gobiernos y la sangre de los mexicanos lastran cualquier aspiración.
Afuera hay una ciudadanía incrédula, enfadada, aterrada y empobrecida.
Los partidos están casados con sus estrategias y campañas. Para ellos no hay nada que innovar y son dueños de la verdad y de los triunfos absolutos.
El voto leal, si bien pavloviano, es cada vez más difícil y costoso de movilizar.
Los últimos ejercicios comiciales muestran que los partidos no están llegando al elector indeciso y menos al abstencionista, las elecciones se ganan dividiendo en tres las votaciones hasta ayer de dos fuerzas, pero no por convencer a electores refractarios a partidos y urnas.
Nuestra democracia languidece y a nadie entusiasma.
Nuestros partidos dan grima.
Los (pre)candidatos del PRI y PRD gozan de altos niveles de recordación, pero no de confianza.
Los precandidatos del PAN dan lástima.
El IFE languidece en la insignificancia por sus fallas estructurales y operativas, como por la estulticia de nuestros partidos.
2012 será una elección de mucho ruido, de mucho dinero, de mucha mugre, de demasiado escándalo y mayores conflictos, pero será una elección plana, deslucida, vacua y refractaria.
Si Calderón no se sale con la suya de hacer imposibles las elecciones, algún partido saldrá triunfador. Lo que no podemos asegurar es que la democracia sobreviva al hastío ciudadano y a la ceguera y soberbia partidista.
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